PARA LOS INDEPENDENTISTAS:
Entre los libros que no se reeditan en Cataluña, las memorias de Joan
Puig i Ferreter (1882-1956). Escritor y político de ERC incómodo para
su partido, protagonista de corruptelas del exilio republicano y con una
turbulenta vida sentimental, fue diputado en las Cortes y en el
Parlament; entre los cargos que ocupó, el que le llevó a París para la
compra de armas: al parecer, parte del dinero y las comisiones se
repartió entre una treintena de políticos catalanes. Según el ácido
memorialista eran «idealistas-prácticos» que, acechados por el
escándalo, clamaban un «Visca Catalunya màrtir!» para salir del paso.
Cuando el diputado Tardà presume de la Esquerra incorruptible, el
escuchante avisado debe dibujar una sonrisa piadosa.
Entre 1942 y
1952, año en que fue nombrado ministro de Justicia de la República en el
exilio, Puig escribió unos dietarios que tituló «Resonancias». En 1981,
Guillem-Jordi Graells publicó en Proa una selección de aquellos
manuscritos. El trabajo no era fácil: ya en 1975, explica en el prólogo,
«las herederas del escritor y los responsables de la edición
consideraron que el momento político catalán no era el más oportuno para
dar a conocer algunas de las revelaciones y opiniones del autor sobre
determinados puntos de nuestro pasado inmediato, muy especialmente el
que hace referencia a hechos y hombres de la política de la Generalitat
republicana y del exilio».
Sobre la apropiación indebida de
dineros públicos, Graells se atiene a la actitud del resto de políticos
que nunca desmintieron aquel reparto: «Si no hubo apropiación es que
hubo reparto, como sostiene Puig, y que él fue uno de los beneficiarios,
con lo que la responsabilidad de la apropiación, si existió, había que
distribuirla entre un cierto número de personajes». Aislado y enfermo,
Puig acabó sus días en París perseguido por la maledicencia.
El
polémico memorial vio la luz –en forma parcial– como «Memòries
polítiques», título que los editores juzgaron menos comprometido –hacía
un año que Jordi Pujol iniciaba lo que Tarradellas denominó «dictadura
blanca»–: publicado para Sant Jordi, tuvo dos ediciones en dos meses.
Desde abril del 81 –el libro estaba en imprenta cuando el golpe de
Tejero–, las «Memòries polítiques» de Puig resultaban incorrectas e
inoportunas para la «construcción nacional» y el santoral laico del
1714, Macià y Companys. El pujolismo engrasaba su aparato docente y
mediático que culminó en la intoxicación política y la presente fractura
social.
El
31 de octubre, mientras Puigdemont y su gobierno zombie festejaba
Halloween en cuatro idiomas, repasábamos los juicios de Puig para
constatar con tristeza, lo poco que los políticos secesionistas han
aprendido de la Historia: tal vez porque no quieren conocerla –¿cuánta
verdad puede soportar el nacionalismo?–; tal vez, porque son así de
ignorantes.
Las «resonancias» de Puig i Ferreter resuenan, y
mucho, en la Cataluña de 2017. El memorialista alude a la idealizada
gestión de ERC durante la República: «Todo se iba en oratoria
demagógica, em mítines y manifestaciones populares, mientras en el
Parlament de Cataluña, donde dominaba el analfabetismo agresivo de la
mayoría ‘esquerrana’, y en la Generalitat, donde imperaban la inepcia,
la negligencia, y las rivalidades de los grupúsculos izquierdistas, se
perdía el tiempo durante cinco años sin realizar una obra política de
realidades…» El quinquenio 2012-2017 explicado por el de 1931-1936:
«Vivimos cinco años en un mito grosero, en un inepcia y vulgaridad
aplanadoras». Y ya que hablamos de mitos: «Se esforzaban en crear mitos
–mito de una Cataluña-nación y nacionalista, mito Macià, mito Companys–,
pero la sustancial pobreza de estos mitos y de estos hombres
mitificados, les desmentía constantemente…»
El supremacismo
nacionalista viene de lejos: «Una mentalidad enturbiada por un
confusionista complejo de superioridad catalana y catalanista que les
hace vivir en un constante error, en una autoadoración de todo lo
catalán y en un menosprecio y desconocimiento de todo lo español…» El
ambiente catalanista, apunta Puig, se nutre de ser antiespañol:
«Vivíamos ingenuamente en la creencia que todo lo catalán, lengua,
costumbres, folklore, tradiciones, prosa, poesía, hombres y raza… Con un
ignorancia pretenciosa, petulante y completa de la cultura española y
de la Historia de España, no teníamos más que un lamentable y ridículo
desdén por todo lo castellano y español». La moraleja: «El catalanismo
nos conduce a una pequeña y mezquina política de campanario en la que
todo se empequeñece: personas, problemas esenciales del pueblo, vida
política y social, cultura y civilización…»
Las verdades ofenden
y, en el caso nacionalista, ofende la arrogancia de los cancerberos de
una República Catalana abonada con mentiras. Como ejemplo, la
catalanísima conseja que reprueba la autocrítica: «Si ho penses,
calla-t’ho i no parlis així», espetaban a Puig i Ferreter sus colegas de
Esquerra. Promotores de la quimérica independencia. Léanse esas
memorias malditas. Hablan de ustedes.
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